sábado, 29 de octubre de 2011

Antoine de Saint - Exupéry



-          Lo que embellece al desierto    - dijo el principito -  es que esconde un pozo en cualquier parte...


El amor es lo único que crece cuando se reparte.


El amor verdadero empieza cuando no se espera nada a cambio.



Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres (...) Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón.



Es bueno haber tenido un amigo, aun si vamos a morir.



   ¡Es tan misterioso el país de las lágrimas! 





domingo, 11 de septiembre de 2011



Los buenos escritores tienen estas dos cosas en común: prefieren ser comprendidos a ser admirados, y no escriben para el lector demasiado astuto y demasiado crítico.

Friedrich Nietzsche


He cometido el peor pecado que uno puede cometer. No he sido feliz.

Jorge Luis Borges


martes, 7 de junio de 2011






 Chuang Tzu soñó que era una mariposa y no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre
Herbert Allen Giles




La verdadera amistad llega cuando el silencio entre dos parece ameno
Erasmo de Rotterdam

Me atrae un astro que en el cielo brilla,
mido su altura, en mi ruindad reparo
y, por miedo al ridículo me paro
a tomar una humilde florecilla
Edmond Rostand



¿Sabes?...Cuando uno está verdaderamente triste, son agradables las puestas de sol
Antoine de Saint-Exupèry




El café debe ser negro como el diablo, caliente como el infierno, y aromático como una mujer
Charles Maurice de Talleyrand-Perigord

Reprende al amigo en secreto y alábalo en público
Leonardo Da Vinci

El que conoce el arte de vivir consigo mismo, ignora el aburrimiento
Erasmo de Rotterdam

Entre la fe y la incredulidad, un soplo. Entre la certeza y la duda, un soplo. Alégrate de este soplo presente donde vives, pues la vida misma está en el soplo que pasa
Omar Khayyam

En los momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento
Albert Einstein

martes, 17 de mayo de 2011

ROBERTO JUARROZ





La campana está llena de viento,
aunque no suene.


El pájaro está lleno de vuelo,
aunque esté quieto.
El cielo está lleno de nubes,
aunque esté solo.
La palabra está llena de voz,
aunque nadie la diga.
Toda cosa está llena de fugas,
aunque no haya caminos.

Todas las cosas huyen

hacia su presencia.

viernes, 13 de mayo de 2011

PROVERBIOS Y CANTARES


LVIII
Creí mi hogar apagado
y revolví la ceniza...
Me quemé la mano.

XLIX
¿Dijiste media verdad?
Dirán que mientes dos veces
si dices la otra mitad.

VIII
En preguntar lo que sabes
el tiempo no has de perder...
Y a preguntas sin respuesta
¿quién te podrá responder?

LXXXVI
Tengo a mis amigos
en mi soledad;
cuando estoy con ellos
¡qué lejos están!

LXII
Por dar al viento trabajo,
cosía con hilo doble
las hojas secas del árbol

LXXI
Da doble luz a tu verso,
para ser leído de frente
y al sesgo

XLVIII
Mirando mi calavera
un nuevo Hamlet dirá:
He aquí un lindo fósil de una
careta de carnaval


DE MI CARTERA

Ni mármol duro y eterno
ni música ni pintura,
sino palabra en el tiempo

Antonio Machado


LOS COMPLEMENTARIOS

Mis ojos en el espejo
son ojos ciegos que miran
los ojos con que los veo

Abel Martín

miércoles, 11 de mayo de 2011

VÍCTOR HUGO - CLARO DE LUNA



Claro De Luna

Era clara la luna y jugaba en el agua. 
La ventana ya libre está abierta a la brisa,
la sultana se asoma y a lo lejos el mar 
al romper borda en plata los islotes negruzcos.

De sus dedos se escapa la vibrante guitarra. 
Oye un ruido apagado que despierta los ecos. 
¿Una nave turquesa que procede de Cos,
con sus tártaros remos por el griego archipiélago?

¿O son cuervos marinos descendiendo hasta el agua, 
que resbala en sus alas al volar como perlas? 
¿Es un djinn que en los aires silba con voz aguda 
y que al mar precipita las más altas almenas?

¿Quién así turba el agua cerca del gran serrallo? 
Ni es el cuervo marino, ni las olas mecidas, 
ni las piedras del muro, ni el batir cadencioso 
de una nave que avanza por el mar con sus remos. 

Son tan sólo unos sacos, dentro se oyen sollozos.
Si sondearan el mar, dentro de ellos veríase
como formas humanas que se agitan convulsas.
Era clara la luna y jugaba en el agua.

Víctor Hugo

viernes, 6 de mayo de 2011

RABINDRANATH TAGORE


Las flores de la primavera salen 

Las flores de la primavera salen,
como el apasionado dolor del amor no dicho;
y con su aliento, vuelve el recuerdo de mis canciones antiguas.
Mi corazón, de improviso, se ha vestido de hojas verdes de deseo.
No vino mi amor, pero su contacto está en mi cuerpo
y su voz me llega a través de los campos fragantes.
Su mirar está en la triste profundidad del cielo, pero
¿dónde están sus ojos? Sus besos zigzaguean por el aire, pero sus labios, ¿dónde están?

viernes, 29 de abril de 2011

EDMOND ROSTAND

Imagen extraída de:
http://margaritaxirgu.es/castellano/vivencia3/118rostc/118rostc.htm




Cyrano de Bergerac (fragmento)

(Es este momento una racha de aire hace caer algunas hojas.)
Cyrano.- !Las hojas!
Roxana.- (Levantando a cabeza y mirando hacia los árboles del fondo.) !Qué hermoso su matiz amarillento! !Miradlas!... !Cómo caen!...
Cyrano.- !Qué bien caen! Presienten que a morir van entre el cielo, y a la tierra al saltar desde la rama, con ser breve el tristísimo trayecto, quieren que su descenso o su caída tenga la gracia angelical de un vuelo.
Roxana.- ¿Eres melancólico?
Cyrano.- No...
Roxana.- Pues entonces dejemos a las hojas y algo nuevo contadme. ¿Mi gaceta?...
Cyrano.- Ahí va.
Roxana.- Explicaos.
Cyrano.- (Cada vez más pálido, luchando contra el dolor.) Sábado, diecinueve; de un exceso de uvas de Cette, el Rey, con calenturas cayó postrado en su mullido lecho. Por eso su majestad fue condenado su mal a una sangría, y escarnamiento eficaz debió ser, pues desde entonces no sufre alteración el pulso regio. Domingo: en el gran baile de la reina quemáronse, me han dicho, setecientos sesenta y tres hachones. Nuestras tropas con las de Don Juan de Austria combatieron. ¿Qué más?... Fueron ahorcados cuatro brujas, y madama de Athís purgó a su perro.
Roxana.- Señor de Bergerac, ¿queréis callaros?
Cyrano.- Lunes... Nada: cambió de caballero Ligdamira.
Roxana.- ¡Jesús!
Cyrano.- (Cuyo rostro va alterándose más y más.) Martes: la corte hizo un pequeño viaje de recreo. Miércoles: la Montglat dio un no al de Fiesque. Jueves: llega Mancini poco menos que a reina augusta de la noble Francia. El viernes, la Montglat dio un sí completo; y el sábado, por fin... (Cierra los ojos e inclina la cabeza. Pausa.)
Roxana.- (Extrañando que Cyrano no continúe, se vuelve, le mira y se levanta asustada.) ¿Se ha desmayado? ¡Cyrano! ¿Qué tenéis?
Cyrano.- (Abriendo los ojos; con voz vaga.) Nada, un ligero malestar.
Roxana.- ¿Estáis malo?
Cyrano.- (Al ver a Roxana inclinada sobre él, asegurase con un movimiento brusco el sombrero en la cabeza y se echa atrás en su sillón.) No; la herida que recibí en Arrás... y que aún siento.
Roxana.- ¡Pobre amigo!
Cyrano.- No es nada, lo repito. Pasará... ¡ya pasó! (Sonríe con esfuerzo.)
Roxana.- (En pie, cerca de él.) Todos tenemos nuestra herida; la mia aquí, aun abierta, (Poniéndose una mano en el pecho.) debajo del papel y amarillento, con huellas de su sangre y de su llanto. (Empieza a anochecer.)
Cyrano.- !Su carta! Me ofrecisteis, hace tiempo, dejadmela leer.
Roxana.- Si, cualquier día.
Cyrano.- ¿Queréis hoy?
Roxana.- Si esto os place...
Cyrano.- Lo deseo.
Roxana.- (Dándole el medallón que pendía de su cuello.) Tomad.
Cyrano.- (Tomando la carta.) ¿La puedo abrir?
Roxana.- Si, amigo mío. (Roxana recoge la labor y los enseres.)
Cyrano.- (Leyendo.) "Por tí, mi encanto, rebosa el corazón amor inmenso; y muero, y mis miradas codiciosas, festín supremo de mis ojos ebrios con tu beldad..."
Roxana.- ¡Qué bien leéis!
Cyrano.- (Continuando.) "...ya nunca al vuelo besarán tu menor gesto. Todos hoy los refleja, enardecido, en trance tan cruel, mi pensamiento; y uno entre los demás: el que te es propio al acercar los primorosos dedos a la frente..."
Roxana.- ¡Qué bien leéis! (Va oscureciéndose sensiblemente)
Cyrano.- "Y ansío gritar, y grito: ¡Adiós!..."
Roxana.- ¡Oh! Leéis... Cyrano. "Mi dueño..."... con una voz ...
Cyrano.- "... mi dicha, mi tesoro..."
Roxana.- ... ¡que yo escuché otra vez!
(Roxana se le acerca sin que él lo note, se coloca detrás del sillón, se inclina y mira la carta. La oscuridad aumenta.)
Cyrano.- "De mis recuerdos ni un punto se alejó tu bella imagen, porqué soy, y seré después de muerto, quien te ama, quien por ti..."
Roxana.- (Poniéndole una mano en el hombro.) ¿Cómo es posible que a oscuras la leáis? Yo nada veo.
(Cyrano se estremece, se vuelve, ve a Roxana, hace un movimiento de espanto, baja la cabeza. Larga pausa. Luego, entre las sombras que ya los envuelve por completo, Roxana, con las manos juntas, dice lentamente, deteniéndose en cada palabra.)
Roxana.- ¡Infeliz! ¡Y pasasteis catorce años como amigo viniendo a este convento para mi distracción!...
Cyrano.- ¡Ah! Yo, Roxana...
Roxana.- ¡Quien me amaba erais vos!
Cyrano.- ¡No!
Roxana.- ¡Conocerlo debí cuando mi nombre proferíais!
Cyrano.- ¡No era yo! ¡No era yo!
Roxana.- (Con vehemencia.) ¡Vos! ¡Oh! ¡Comprendo cuán generosa fue vuestra impostura! ¡Las cartas!... ¡Erais vos!
Cyrano.- ¡No!
Roxana.- (Siempre con vehemencia.) Los conceptos apasionados...
Cyrano.- ¡No!
Roxana.- La voz que puede aquella noche oir..., ¡vos!, ¡todo vuestro!
Cyrano.- ¡Juro que no!
Roxana.- ¡Vibraba allí vuestra alma!
Cyrano.- Yo no os amaba.
Roxana.- ¡Si!
Cyrano.- ¡Tened por cierto que era el otro!
Roxana.- ¡Mentira! ¡Vos, vos erais!
Cyrano.- ¡Ah, no, no!
Roxana.- ¿A qué negarlo, si el acento os vende? ¡Vaciláis!
Cyrano.- (Vencido, con pasión) ¡No, no, amor mío, yo no os amé jamás!
Roxana.- ¡Ah! ¡Mis recuerdos!...¡Un mundo hecho pavesas, que renace!... ¿Por qué, por qué ocultasteis tanto tiempo, Cyrano, vuestro amor, si estaba escrito por vos ese billete, si era vuestro ese llanto?...
Cyrano.- (Dándole la carta.) Esa sangre era la suya.
(...)
Mi elegancia va por dentro y no me acicalo como un ganapan cualquiera! Aunque parezca lo contrario, me compongo cuidadosamente, más que por fuera. No saldría a la calle sin haber lavado, por negligencia, una afrenta; sin haber despertado bien la conciencia, o con el honor arrugado y los escrúpulos en duelo. Camino limpio y adornado con mi libertad y mi franqueza. Encorseto, no mi cuerpo, sino mi alma, y en vez de cintas uso hazañas como adorno externo. Retorciendo mi espíritu como si fuese un mostacho, al atravesar los grupos y las plazas hago sonar las verdades como espuelas. 
"

http://www.epdlp.com/texto.php?id2=1249
El Poder de la Palabra
www.epdlp.com

martes, 12 de abril de 2011

CHARLES BAUDELAIRE

Imagen extraída de: 





A la que pasa

 La avenida estridente en torno de mí aullaba.
Alta, esbelta, de luto, en pena majestuosa,
pasó aquella muchacha. Con su mano fastuosa
casi apartó las puntas del velo que llevaba.

Ágil y ennoblecida por sus piernas de diosa,
me hizo beber crispado, en un gesto demente,
en sus ojos el cielo y el huracán latente
el dulzor que fascina y el placer que destroza.

Relámpago en tinieblas, fugitiva belleza,
por tu brusca mirada me siento renacido.
¿Volveré acaso a verte? ¿Serás eterno olvido?

¿Jamás, lejos, mañana?, pregunto con tristeza.
Nunca estaremos juntos. Ignoro a dónde irías.
Sé que te hubiera amado. Tú también lo sabías.

PAUL VERLAINE



Claro de Luna

Vuestra alma es igual que un paisaje escogido
que encantan bergamascos y máscaras fugaces,
tocando su laúd y, un poco entristecidos,
danzando bajo de fantásticos disfraces

Cantando sin cesar en un tono menor
el triunfador amor y la vida oportuna,
parecen no creer en su felicidad
uniendo sus canciones al claro de la luna

Al claro de la luna entristecido y bello,
que hace cantar los pájaros entre los verdes árboles
y sollozar extáticos los bellos surtidores
los altos surtidores entre los blancos mármoles
 
De Fiestas galantes, Paul Verlaine, traducción en verso de Luis Guarner




Si quieres que tu secreto sea guardado, guárdalo tú mismo.
Séneca

Perdona siempre a tu enemigo. No hay nada que le enfurezca más.
Oscar Wilde

El amor es la poesía de los sentidos.
Honoré de Balzac

Conservar algo que me ayude a recordarte sería admitir que te puedo olvidar.
William Shakespeare

Es imposible traducir la poesía. ¿Acaso se puede traducir la música?
Voltaire


Ayuda a tus semejantes a levantar su carga, pero no te consideres obligado a llevársela.
Pitágoras

Tanto da hablar bien del malvado que hablar mal del bueno.
Leonardo Da Vinci

Mejor encender una vela que maldecir la oscuridad.
Confucio

La alegría del alma forma los días más bellos de la vida en cualquier época que sea.
Sócrates



lunes, 28 de marzo de 2011

ANTOINE DE SAINT-EXUPÈRY



Imagen extraída de:


EL PRINCIPITO
FRAGMENTO DEL CAPÍTULO VII

              El principito estaba ahora pálido de cólera.
-          Hace millones de años que las flores fabrican espinas. Hace millones de años que los corderos comen igualmente las flores. ¿Y no es serio intentar comprender por qué las flores se esfuerzan tanto en fabricar espinas que nunca sirven para nada?
¿No es importante la guerra de los corderos y las flores? ¿No es más serio y más importante que las sumas de un señor gordo y rojo? ¿Y no es importante que yo conozca una flor única en el mundo, que no existe en ninguna parte, salvo en mi planeta, y que un corderito puede aniquilar una mañana, así de un solo golpe, sin darse cuenta de lo que hace? Esto, ¿no es importante?
Enrojeció y agregó:
-          Si alguien ama  a una flor de la que no existe más que un ejemplar entre los millones y millones de estrellas, es bastante para que sea feliz cuando mira las estrellas. Se dice: “Mi flor está allí, en alguna parte...” Y si el cordero come la flor, para el es como si, bruscamente, todas las estrellas se apagaran. Y esto, ¿no es importante?
No pudo decir nada más. Estalló bruscamente en sollozos. La noche había caído. Yo había dejado mis herramientas. No me importaban ni el martillo, ni el bulón, ni la sed, ni la muerte. En una estrella, en un planeta, el mío, la Tierra, había un principito que necesitaba consuelo. Lo tomé en mis brazos. Lo acuné. Le dije:”La flor que amas no corre peligro...Dibujaré un bozal para tu cordero. Dibujaré una armadura para tu flor...Di...” No sabía bien qué decir. Me sentía muy torpe. No sabía cómo llegar a él, donde encontrarlo... ¡Es tan misterioso el país de las lágrimas...!
FRAGMENTO DEL CAPÍTULO XXIV
-          Las estrellas son bellas, por una flor que no se ve...
Respondí “seguramente” y, sin hablar, miré los pliegues de la arena bajo la luna.
-          El desierto es bello – agregó.
Es verdad. Siempre he amado el desierto. Puede uno sentarse sobre un médano de arena. No se ve nada. No se oye nada. Y, sin embargo, algo resplandece en el silencio...
-          Lo que embellece al desierto – dijo el principito – es que esconde un pozo en cualquier parte...
Me sorprendí al comprender de pronto el misterioso resplandor de la arena. Cuando era muchachito vivía yo en una antigua casa y la leyenda contaba que allí había un tesoro escondido. Sin duda, nadie supo descubrirlo y quizá nadie lo buscó. Pero encantaba toda la casa. Mi casa guardaba un secreto en el fondo de su corazón...
-          Sí – dije al principito - ; ya se trate de la casa, de las estrellas o del desierto, lo que los embellece es invisible.
-          Me gusta que estés de acuerdo con mi zorro – dijo.
Como el principito se durmiera, lo tomé en mis brazos y volví a ponerme en camino. Estaba emocionado. Me parecía cargar un frágil tesoro. Me parecía también que no había nada más frágil sobre la Tierra. A la luz de la luna, miré su frente pálida, sus ojos cerrados, sus mechones de cabello que temblaban al viento, y me dije: “Lo que veo aquí, es sólo una corteza. Lo más importante es invisible...”
Como sus labios entreabiertos esbozaran una media sonrisa, me dije aún: “Lo que me emociona tanto en este principito dormido es su fidelidad por una flor, es la imagen de una rosa que resplandece en él como la llama de una lámpara, aún cuando duerme...” Y lo sentí más frágil todavía. Es necesario proteger a las lámparas. Un golpe de viento puede apagarlas...

MIGUEL DE UNAMUNO


Imagen extraída de:
http://www.biografiasyvidas.com/biografia/u/unamuno.htm

LA NIEBLA, DE MIGUEL DE UNAMUNO
FRAGMENTO DEL CAPÍTULO XXXI

Aquella tempestad del alma de Augusto terminó, como en terrible calma, en decisión de suicidarse. Quería acabar consigo mismo, que era la fuente de sus desdichas propias. Mas antes de llevar a cabo su propósito, como el náufrago que se agarra a una débil tabla, ocurriósele consultarlo conmigo, con el autor de todo este relato. Por entonces había leído Augusto un ensayo mío en que, aunque de pasada, hablaba del suicidio, y tal impresión pareció hacerle, así como otras cosas que de mí había leído, que no quiso dejar este mundo sin haberme conocido y platicado un rato conmigo. Emprendió, pues, un viaje acá, a Salamanca, donde hace más de veinte años vivo, para visitarme.
(...)
 ––Sí ––le dije––, tú ––y recalqué este tú con un tono autoritario––, tú, abrumado por tus desgracias, has concebido la diabólica idea de suicidarte, y antes de hacerlo, movido por algo que has leído en uno de mis últimos ensayos, vienes a consultármelo.
El pobre hombre temblaba como un azogado, mirándome como un poseído miraría. Intentó levantarse, acaso para huir de mí; no podía. No disponía de sus fuerzas.
––¡No, no te muevas! ––le ordené.
––Es que... es que... ––balbuceó.
––Es que tú no puedes suicidarte, aunque lo quieras.
––¿Cómo? ––exclamó al verse de tal modo negado y contradicho.
––Sí. Para que uno se pueda matar a sí mismo, ¿qué es menester? ––le pregunté.
––Que tenga valor para hacerlo ––me contestó.
––No ––le dije––, ¡que esté vivo!
–– ¡Desde luego!
–– ¡Y tú no estás vivo!
(...)
––No, no existes más que como ente de ficción; no eres, pobre Augusto, más que un producto de mi fantasía y de las de aquellos de mis lectores que lean el relato que de tus fingidas venturas y malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un personaje de novela, o de nivola, o como quieras llamarle. Ya sabes, pues, tu secreto.
 (...)

Me miró con una enigmática y socarrona sonrisa y lentamente me dijo:
––Pues más difícil aún que el que uno se conozca a sí mismo es el que un novelista o un autor dramático conozca bien a los personajes que finge o cree fingir...
Empezaba yo a estar inquieto con estas salidas de Augusto, y a perder mi paciencia.
––E insisto ––añadió–– en que aun concedido que usted me haya dado el ser y un ser ficticio, no puede usted, así como así y porque sí, porque le dé la real gana, como dice, impedirme que me suicide.
––¡Bueno, basta!, ¡basta! ––exclamé dando un puñetazo en la camilla–– ¡cállate!, ¡no quiero oír más impertinencias...! ¡Y de una criatura mía! Y como ya me tienes harto y además no sé ya qué hacer de ti, decido ahora mismo no ya que no te suicides, sino matarte yo. ¡Vas a morir, pues, pero pronto! ¡Muy pronto!
–– ¿Cómo? ––exclamó Augusto sobresaltado––, con que me va usted a dejar morir, a hacerme morir, a matarme?
–– ¡Sí, voy a hacer que mueras!
–– ¡Ah, eso nunca!, ¡nunca!, ¡nunca! ––gritó.
–– ¡Ah! ––le dije mirándole con lástima y rabia––. ¿Con que estabas dispuesto a matarte y no quieres que yo te mate? ¿Con que ibas a quitarte la vida y te resistes a que te la quite yo?
––Sí, no es lo mismo...
(...)

Cayó a mis pies de hinojos, suplicante y exclamando:
–– ¡Don Miguel, por Dios, quiero vivir, quiero ser yo!
–– ¡No puede ser, pobre Augusto ––le dije cogiéndole una mano y levantándole––, no puede ser! Lo tengo ya escrito y es irrevocable; no puedes vivir más. No sé qué hacer ya de ti. Dios, cuando no sabe qué hacer de nosotros, nos mata. Y no se me olvida que pasó por tu mente la idea de matarme...
––Pero si yo, don Miguel...
––No importa; sé lo que me digo. Y me temo que, en efecto, si no te mato pronto acabes por matarme tú.
––Pero ¿no quedamos en que...?
––No puede ser, Augusto, no puede ser. Ha llegado tu hora. Está ya escrito y no puedo volverme atrás. Te morirás. Para lo que ha de valerte ya la vida...
––Pero... por Dios...
––No hay pero ni Dios que valgan. ¡Vete!
––¿Conque no, eh? ––me dijo––, ¿conque no? No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme: ¿conque no lo quiere?, ¿conque he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor creador don Miguel, ¡también usted se morirá, también usted, y se volverá a la nada de que salió...! ¡Dios dejará de soñarle! ¡Se morirá usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán todos los que lean mi historia, todos, todos, todos sin quedar uno! ¡Entes de ficción como yo; lo mismo que yo! Se morirán todos, todos, todos. Os lo digo yo, Augusto Pérez, ente ficticio como vosotros, nivolesco lo mismo que vosotros. Porque usted, mi creador, mi don Miguel, no es usted más que otro ente nivolesco, y entes nivolescos sus lectores, lo mismo que yo, que Augusto Pérez, que su víctima...
–– ¿Víctima? ––exclamé.
–– ¡Víctima, sí! ¡Crearme para dejarme morir!, ¡usted también se morirá! El que crea se crea y el que se crea se muere. ¡Morirá usted, don Miguel, morirá usted, y morirán todos los que me piensen! ¡A morir, pues!
Este supremo esfuerzo de pasión de vida, de ansia de inmortalidad, le dejó extenuado al pobre Augusto.
Y le empujé a la puerta, por la que salió cabizbajo. Luego se tanteó como si dudase ya de su propia existencia. Yo me enjugué una lágrima furtiva.

FRAGMENTO DEL CAPÍTULO XXXII

Tristísima, dolorosísima había sido últimamente su vida, pero le era mucho más triste, le era más doloroso pensar que todo ello no hubiese sido sino sueño, y no sueño de él, sino sueño mío. La nada le parecía más pavorosa que el dolor. ¡Soñar uno que vive... pase, pero que le sueñe otro... !
«Y ¿por qué no he de existir yo? ––se decía––, ¿por qué? Supongamos que es verdad que ese hombre me ha fingido, me ha soñado, me ha producido en su imaginación; pero ¿no vivo ya en las de otros, en las de aquellos que lean el relato de mi vida? Y si vivo así en las fantasías de varios, ¿no es acaso real lo que es de varios y no de uno solo? Y ¿por qué surgiendo de las páginas del libro en que se deposite el relato de mi ficticia vida, o más bien de las mentes de aquellos que la lean ––de vosotros, los que ahora la leéis––, por qué no he de existir como un alma eterna y eternamente dolorosa?, ¿por qué?»
Llegó a su casa, Ilamó, y Liduvina, que salió a abrirle, palideció al verle.
––¿Qué es eso, Liduvina, de qué te asustas?
––¡Jesús! ¡Jesús! El señorito parece más muerto que vivo... Trae cara de ser del otro mundo...
––Del otro mundo vengo, Liduvina, y al otro mundo voy. Y no estoy ni muerto ni vivo.
––Pero ¿es que se ha vuelto loco? ¡Domingo! ¡Domingo!
––No llames a tu marido, Liduvina. Y no estoy loco, ¡no! Ni estoy, te repito, muerto, aunque me moriré muy pronto, ni tampoco vivo.
––Pero ¿qué dice usted?
––Que no existo, Liduvina, que no existo; que soy un ente de ficción, como un personaje de novela...
––¡Bah, cosas de libros! Tome algo fortificante, acuéstese, arrópese y no haga caso de esas fantasías...
––Pero ¿tú crees Liduvina, que yo existo?
––¡Vamos, vamos, déjese de esas andróminas, señorito; a cenar y a la cama! ¡Y mañana será otro día!
«Pienso, luego soy ––se decía Augusto, añadiéndose––: Todo lo que piensa es y todo lo que es piensa. Sí, todo lo que es piensa. Soy, luego pienso.»
Al pronto no sentía ganas ningunas de cenar, y no más que por hábito y por acceder a los ruegos de sus fieles sirvientes pidió le sirviesen un par de huevos pasados por agua, y nada más, una cosa ligerita. Mas a medida que iba comiéndoselos abríasele un extraño apetito, una rabia de comer más y más. Y pidió otros dos huevos, y después un bisteque.
––Así, así ––le decía Liduvina––; coma usted; eso debe de ser debilidad y no más. El que no come se muere.
––Y el que come también, Liduvina ––observó tristemente Augusto.
––Sí, pero no de hambre.
––¿Y qué más da morirse de hambre que de otra enfermedad cualquiera?
Y luego pensó: «Pero ¡no, no!, ¡yo no puedo morirme; sólo se muere el que está vivo, el que existe, y yo, como no existo, no puedo morirme... soy inmortal! No hay inmortalidad como la de aquello que, cual yo, no ha nacido y no existe. Un ente de ficción es una idea, y una idea es siempre inmortal...»
––¡Soy inmortal!, ¡soy inmortal! ––exclamó Augusto.
––¿Qué dice usted? ––acudió Liduvina.
––Que me traigas ahora... ¡qué sé yo!... jamón en dulce, fiambres, foiegras, lo que haya... ¡Siento un apetito voraz!
––Así me gusta verle, señorito, así. ¡Coma, coma, que el que tiene apetito es que está sano y el que está sano vive!
––Pero, Liduvina, ¡yo no vivo!
––Pero ¿qué dice?
––Claro, yo no vivo. Los inmortales no vivimos, y yo no vivo, sobrevivo; ¡yo soy idea!, ¡soy idea!
Empezó a devorar el jamón en dulce. «Pero si como ––se decía––, ¿cómo es que no vivo? ¡Como, luego existo!