lunes, 28 de marzo de 2011

ANTOINE DE SAINT-EXUPÈRY



Imagen extraída de:


EL PRINCIPITO
FRAGMENTO DEL CAPÍTULO VII

              El principito estaba ahora pálido de cólera.
-          Hace millones de años que las flores fabrican espinas. Hace millones de años que los corderos comen igualmente las flores. ¿Y no es serio intentar comprender por qué las flores se esfuerzan tanto en fabricar espinas que nunca sirven para nada?
¿No es importante la guerra de los corderos y las flores? ¿No es más serio y más importante que las sumas de un señor gordo y rojo? ¿Y no es importante que yo conozca una flor única en el mundo, que no existe en ninguna parte, salvo en mi planeta, y que un corderito puede aniquilar una mañana, así de un solo golpe, sin darse cuenta de lo que hace? Esto, ¿no es importante?
Enrojeció y agregó:
-          Si alguien ama  a una flor de la que no existe más que un ejemplar entre los millones y millones de estrellas, es bastante para que sea feliz cuando mira las estrellas. Se dice: “Mi flor está allí, en alguna parte...” Y si el cordero come la flor, para el es como si, bruscamente, todas las estrellas se apagaran. Y esto, ¿no es importante?
No pudo decir nada más. Estalló bruscamente en sollozos. La noche había caído. Yo había dejado mis herramientas. No me importaban ni el martillo, ni el bulón, ni la sed, ni la muerte. En una estrella, en un planeta, el mío, la Tierra, había un principito que necesitaba consuelo. Lo tomé en mis brazos. Lo acuné. Le dije:”La flor que amas no corre peligro...Dibujaré un bozal para tu cordero. Dibujaré una armadura para tu flor...Di...” No sabía bien qué decir. Me sentía muy torpe. No sabía cómo llegar a él, donde encontrarlo... ¡Es tan misterioso el país de las lágrimas...!
FRAGMENTO DEL CAPÍTULO XXIV
-          Las estrellas son bellas, por una flor que no se ve...
Respondí “seguramente” y, sin hablar, miré los pliegues de la arena bajo la luna.
-          El desierto es bello – agregó.
Es verdad. Siempre he amado el desierto. Puede uno sentarse sobre un médano de arena. No se ve nada. No se oye nada. Y, sin embargo, algo resplandece en el silencio...
-          Lo que embellece al desierto – dijo el principito – es que esconde un pozo en cualquier parte...
Me sorprendí al comprender de pronto el misterioso resplandor de la arena. Cuando era muchachito vivía yo en una antigua casa y la leyenda contaba que allí había un tesoro escondido. Sin duda, nadie supo descubrirlo y quizá nadie lo buscó. Pero encantaba toda la casa. Mi casa guardaba un secreto en el fondo de su corazón...
-          Sí – dije al principito - ; ya se trate de la casa, de las estrellas o del desierto, lo que los embellece es invisible.
-          Me gusta que estés de acuerdo con mi zorro – dijo.
Como el principito se durmiera, lo tomé en mis brazos y volví a ponerme en camino. Estaba emocionado. Me parecía cargar un frágil tesoro. Me parecía también que no había nada más frágil sobre la Tierra. A la luz de la luna, miré su frente pálida, sus ojos cerrados, sus mechones de cabello que temblaban al viento, y me dije: “Lo que veo aquí, es sólo una corteza. Lo más importante es invisible...”
Como sus labios entreabiertos esbozaran una media sonrisa, me dije aún: “Lo que me emociona tanto en este principito dormido es su fidelidad por una flor, es la imagen de una rosa que resplandece en él como la llama de una lámpara, aún cuando duerme...” Y lo sentí más frágil todavía. Es necesario proteger a las lámparas. Un golpe de viento puede apagarlas...

2 comentarios:

  1. Magnífica obra y símbolo de tantas generaciones. Siempre conservará su frescura.
    Muchas gracias.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Un poema que nunca deja de conmover. Muy hermoso.

    ResponderEliminar